La lana merino proviene de la oveja merino. Se estima que esta raza ovina nació en el sur de España en el siglo XV, aunque algunas versiones afirman que en realidad fue introducida en ese país por los árabes benimerines que invadieron parte de lo que hoy es la provincia de Cádiz. De allí se difundió al resto del mundo.
Hoy es criada en su mayor parte en Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica y Sudamérica principalmente en la Patagonia, territorios cuyo clima y suelos, son más propicios para obtener una lana de mejor calidad.
El merino tiene una capacidad bactericida natural que le da al tejido una excelente resistencia al mal olor.
La molesta picazón que producen otro tipo de lanas al contacto con la piel se debe a su estructura. La lana esta compuesta por fibras que poseen un diámetro aproximado de 40 micrones y toda su superficie esta recubierta por escamas.
En contra de la idea general que asocia a la lana con el abrigo, el merino es un excelente regulador térmico.
La propiedad de absorción y liberación de humedad sumado a que es un tejido esponjoso que no se adhiere a la piel, deja una capa de aireación entre ésta y la prenda, permitiendo un alto poder de respirabilidad.
Está dotada naturalmente de protección contra los rayos ultravioletas siendo su factor UPF de 25-50+. Al igual que el cabello humano, la lana merino posee queratina. La misma es una proteína, rica en azufre, que se encarga de darle protección y resistencia a las fibras.
La lana merino puede absorber la transpiración de una manera altamente eficaz.
La humedad normal que toda lana posee, al disminuir la electricidad estática repele el polvo y la tierra del ambiente.
La disposición de las escamas que recubren la superficie de la lana, al hacer rodar los líquidos, impide la penetración del agua.
La lana es una fibra natural, renovable, no contaminante y biodegradable. Es renovable, no depende de una fuente que se agota con su explotación.